16.2.08

Nonografías - 1 - Ruinas en Nono

Existen ruinas en Nono. Un grupo de viejas rocas olvidadas, hechas polvo por el tiempo y la intemperie, yacen amorfas sobre una colina escarpada. Cualquier desprevenido que pasara por allí encontraria el lugar como un azaroso montón de naturaleza seca, o aún ni siquiera repararía en él. Ese paraje supo ser el hogar de don Hilario Manzanero, hijo de una paupérrima mujer fallecida tempranamente y de padre desconocido. Don Hilario transformó el abandono en soledad, huyendo del pueblo y estableciendose en la sierra, desde donde podía observar los movimientos de los lugareños, actividad que ejercía diariamente y que lo hacía sentir un ser superior. Manzanero se dejaba envolver por la lluvia y empujar por la brisa, que parecían darle órdenes anárquicas a su cuerpo. Sus únicas ropas fueron desvaneciendose hasta hacerlo parecer un náufrago. Manzanero era un náufrago rodeado de extensas mareas de silencio. Sin embargo gustaba de hablar mucho. Les dirigía infructuosos soliloquios a los ausentes pobladores a la distancia, a su terca mente y a las compañeras alimañas que merodeaban su escondrijo. De cuando en cuando recibia contestación a sus monólogos. Generalmente eran los pájaros quienes acudían a oír sus parlamentos y a reclamarle silencio. El ermitaño sin ermita descendía hasta los campos sólo para proveerse de frutos para su alimento, que acompañaba con carne de las mismas liebres que solían convivir con él. En el pueblo nadie tenía noticias de su paradero. Se comentaba que había rumbeado para el norte, llegando hasta Santiago del Estero. Otros juraban haber visto sus facciones en un poeta que se ganaba la vida payando suertes ajenas en una pulpería de Villa Dolores. Alejado de estos rumores, don Hilario acunaba sus huesos en esos pedregales, donde al fin se convirtió en piedra, una más de las tantas que supieron cansarlo. Existen ruinas en Nono. En realidad, no existen, porque han sido olvidadas por el tiempo y los hombres.

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